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jueves, 17 de noviembre de 2011

CXXIV. Dead Can Dance | Aion





















Aion
©4AD. UK, 1990.


Desconcertante el designio de la clarividencia: el muerto puede bailar. ¿Prodigio o infortunio? Peor aún, ¡su ritmo!, ese contoneo corrupto que dibuja una vil existencia; esa demencial imagen, placida, de tortura psicológica delineada por una atmósfera disímil, turgente de escabrosos detalles armoniosos que como tibias notas, como embrujo de lágrimas musicales, agobian y fascinan, cual relación bipolar. Y es que es asombroso como ese manto musical, ese murmullo sardónico que se esconde tras esta mirada cabizbaja, deprava a la belleza y la ahoga en un estado vesánico, y que tras arrebatos pasionales la saca a flote, y el duelo del desenfreno se desarrolla sobre una espesa e impenetrable niebla de desilusión. ¡Sí!, esa niebla, que cobija a las sombras reptantes en su narcótica intimidad embustera y de esta suerte, forma la unidad, punto de partida e inicio hacia mundos de ensueño y profunda introspección. Proeza mórbida, maldición suprema, amor sucio, manto de oscuridad que ofusca a la razón, haciéndola despreciadora de la cognición, y que malamente troca esa virtud por el desenfreno de las prohibiciones, del instinto natural y de versos recargados y vacíos que nos han de dar consuelo. Desconcertante el designio de la clarividencia, el muerto puede bailar: ¡me estoy moviendo, el muerto soy yo!.

Crimsondelator